sábado, 13 de julio de 2013

Hola, Monseñor

Hola, Monseñor
100 días y…
A Fernando Lugo
(Observación pertinente: lo que sigue no está elaborado desde el poder o desde un saber especial, sino como simple ciudadano que habla con su presidente. Nada más, nada menos. Desde luego que se reconoce un ingente caudal de aciertos, talentos, buenas intenciones y mejores personas, pero se señalan los aspectos menos luminosos)

El buen manejo de un gobernante, más allá de la influencia positiva o negativa del contexto, depende primero de la capacidad personal de gobierno, esto es, del conjunto de conocimientos que logra poner en práctica el titular del ejecutivo; y en segundo lugar, de la capacidad institucional de gobierno, es decir, del capital colectivo organizativo que pueda disponer y movilizar.

Es parecida a la relación que existe entre un instrumento y quien lo haga funcionar. Alguien con pocos conocimientos no sabrá aprovechar al máximo la capacidad de la máquina y desperdiciará su potencial, en tanto que un experto solo está restringido por las limitaciones estructurales de la misma. Hay una enorme diferencia, porque el gobernante con conocimientos y experiencia, sabrá cómo repotenciar a su equipo y adecuarlo de la mejor manera. Sabe que es prioridad número uno.

Es insólito que un presidente – Monseñor, eso eres- se muestre impasible y glacial ante la baja calidad de su propia Oficina Presidencial, de la jefatura de Gabinete y de la Secretaría Técnica de Planificación. Con ello demuestras una muy cuestionable capacidad personal de gobierno.

Esa curiosa limitación quizás te impida comprender que el éxito o el fracaso de tu gestión, pudiera depender de la capacidad para mejorar radicalmente tus herramientas de trabajo en los primeros seis meses de gobierno. Han pasado casi noventa días y no lo haces. Solo pareces más distante, con el rostro inescrutable, o como decía el finado Helio “con cara de poker”: difícil de descifrar. Y sucede que no estamos jugando.

Hay escepticismo, cuando no confusión, sobre el concepto que tiene un sector de la sociedad sobre tu capacidad personal de gobernar y tu objetivo final. La inteligencia, la voluntad, la honestidad, tu elocuencia en guaraní y tu experiencia, no producen necesariamente alta capacidad de gobierno. Son condiciones necesarias pero no suficientes.

La política (vaya si lo aprendiste) es un arte, pero no un arte que muestre resultados razonables, dislocado de las ciencias y técnicas de gobierno. Ningún arte prescinde de las ciencias.
La historia nacional y regional está llena de ejemplos de políticos con baja capacidad personal de gobernar, aunque con experiencia aceptable y buena formación intelectual. El gobierno y la política tienen su cuerpo de conocimientos. Y solo se puede hablar de una capacidad personal de gobierno, de experticia, cuando se combinan el valor intelectual con la experiencia adecuada.  

Las crisis
La capacidad personal e institucional de gobernar se somete a pruebas todos los días en el tratamiento técnico-político de los problemas emergentes. Pero es en la crisis, cuando las condiciones son adversas, allí es donde se prueban el dirigente y su equipo.
Una crisis cambia el eje y el ritmo del proceso, y ambos son en gran parte resultados de imprevisiones y errores de liderazgo.
En la crisis todo se acelera y las urgencias que atenazan, suelen derivar de decisiones y omisiones leves, que en principio parecieron irrelevantes o de las sorpresas que no se anticiparon y para las cuales no se tienen planes de contingencia.

Además, las sorpresas, las decisiones tomadas y mal manejadas, tienen consecuencias: crían nietos, tataranietos, incluyendo ahijados de toda laya y pelaje, hasta que se pierde el control parcial o total de la conducción. Así, los planes centrales de gobierno pasan a la trastienda y las urgencias no previstas ocupan todo el escenario. Todo el tiempo físico y el mental.

Es necesario saber, admitir, creer, que detrás de cada crisis hay una incompetencia o un incompetente. Puede que ambos. En su inicio, los grandes errores que generan crisis parecen menores y su evolución los amplifica. Esto por varias razones:

·        Puede que el cálculo prudente y la capacidad de razonar, se empañen; al mismo tiempo, se achica el radio de nuestro foco de atención y crece el de nuestra ceguera.
·        Se pierde calidad y oportunidad de la información, porque los hechos se suceden a una velocidad mayor que el flujo procesable de nuestra información.
·        Se merma en la efectividad de la gestión, porque se pierde parte de la posibilidad de orientar el sistema, de gobernar.
·        Es posible que se pierda la voluntad y el coraje para enfrentar la adversidad y así somos presas fáciles del pánico o del inmovilismo. Sobre todo, cuando más allá de las personas honorables que te asesoran, le haces caso a alguno de los cortesanos timoratos que te rodean, o peor, cuando escuchas a ciertos mafiosos que están cerca tuyo, demasiado cerca, demasiado mafiosos. (Y por favor, no me ofendas pidiendo nombres o pruebas, porque vos y yo -cualquier persona informada- lo sabemos)
·        Puede que pierdas “el poder de la escucha”, que se dilapide o se rechace la comunicación con otros actores, sabiendo que ello implica escuchar y responder, o mejor, dar soluciones o marcar rumbos. Perder la escucha activa es acrecentar la posibilidad de equivocarse.
·        Puede que quieras escuchar solo lo que te agrada o sea próximo a tu parecer. Si fuera así, es el principio del fin, porque estás voluntariamente fuera de la realidad. Y es el campo específico de los cortesanos oportunistas.
·        En el mejor de los casos, quizás se está preparado solo para funcionar en situaciones normales. Y en las crisis, puede ser escasa o nula la capacidad inmediata de aprender para superar tales situaciones.
·        Curioso, pero puede faltar un lugar seguro y apropiado para procesar las crisis, y por ello sentirse desprotegidos. El Palacio y Mburuvicha Roga siempre estuvieron “cableados” y probablemente seguirán así. La inseguridad, la desinformación, la falta de sistematicidad, pueden afectar seriamente el buen juicio. Un Bunker es necesario.
·        Pueden empezarse a mostrar debilidades que alimenten la crisis. Es el caso de las burlas coloradas y de PQ sobre tu capacidad de gobernar, con estereotipos machacones que al final parecen tener un viso de verdad.
·        La increíble relación o la falta de ella, con el vicepresidente, es fuente permanente de comentarios negativos, que lindan el ridículo y erosionan al gobierno. Dale una solución a ese tema. Perdónalo. Eso seguro que puedes hacerlo.
·        La crisis política no es capaz de resolverse por sí misma y ello implica que se ha perdido el interés por resolver los asuntos comunes.
·        Existe un angostamiento del ámbito de la política: la derecha encerrada en una visión rígida y limitada, y la izquierda cree que el historicismo, el mesianismo o la violencia, pueden suplantarla.
·        El sentimiento de inutilidad de la política, porque con los partidos “ya nada se puede hacer”. Y si rechazamos a los políticos y a la política por inútiles ¿con qué los reemplazamos? ¿Con Elvio, con Odilón, con Belarmino quizás? ¿Cuál de las organizaciones campesinas pude reemplazar al Partido Liberal? ¿Qué ONG puede suplantar al Partido colorado?
·        Sin la política no es posible justificar por qué vivimos juntos. Sin la política no es posible justificar el vivir en sociedad. ¿Para qué? ¿Por qué vivir en una sociedad que nos oprime?
·        La desaparición del sentido de comunidad supone el abandono de la voluntad de alcanzar un destino común, donde tengamos cabida todos, sin exclusiones.

Algo de historia
Matus refiere que la historia regional señala tres puntos de errores entre los gobernantes:

1.     El error de imprevisión:
Una pequeña desviación inicial, casi imperceptible puede conducir a decisiones poco acertadas, muy lejos del objetivo propuesto. Y usualmente responde a fallas en la  calidad de la decisión tomadas en situaciones problemáticas pero en épocas de normalidad. Y sabido es que la normalidad reduce la sensibilidad ante el peligro. El vértigo de la victoria nos impide identificar las amenazas.

2.     El error de reacción:
Generado por la baja voluntad y la deficiente capacidad de procesamiento de los problemas y de la información correspondiente.

3.     El error de descontrol:
Producto de la velocidad y sorpresas con que dispara una crisis y de la falta de preparación para tomar decisiones correctas bajo presión.
El primer y el segundo error refieren a un deficiente sistema de planificación y de deliberación en el equipo de gobierno. El tercero indica la inexistencia de un saber respecto al manejo de crisis o en todo caso, de existir es de muy mala calidad.

Parte de la cura se llama “Planificación Estratégica”. Es algo que te falta.

La diferencia
Antes de las elecciones, cuando los grupos de poder no creían en la posibilidad de una victoria, entrevisté a unos representantes de organismos multilaterales -que por lo demás habían preparado la agenda pensando en la victoria de Blanca- y me preguntaron cuál sería la diferencia entre un gobierno colorado oficialista y el de la APC y les respondí: “no robaremos”.

El supuesto es el siguiente: como sociedad tenemos una capacidad determinada de gobernarnos, y no importa quien gobierne esa capacidad no va a variar. Entre otras cosas, porque un alto porcentaje de los técnicos-burócratas son colorados. La diferencia está que nosotros no robaremos y además intentaremos hacer bien las cosas.
Eso mismo te puse en la primera página del Programa de la APC, tan poco reconocido en ese entonces, y lo adoptaste como slogan: “No robaremos”.
La cuestión es que siguen robando como en las mejores épocas de Nicanor.

Esa es la puta diferencia que no supimos marcar.

Cierto. No podemos cambiar a todos. Pero desde el vértice del poder, esto es, desde la Presidencia, el mensaje debe ser claro: “no hay impunidad”.
Y el mensaje, si existe, no llega. Y si lo hace, no se cumple.

Soy Luis C. Simancas, ciudadano paraguayo y  te demando cumplas lo que prometimos.
Adiós, Monseñor

Escrito el 12/11/08 y entregado el 20/11/08 

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