¡Nos
vemos mañana! ¡Sin falta!
Escucho una y otra vez la vocecita encantada de mi
nieta, mientras me abraza y besa entre
frase y frase. Soy un ser solitario, taciturno
a veces … esto me hace muy feliz. No es usual tener a alguien que
asegure querer verte mañana … sin falta. Y lo dice de verdad, da por cierto que
mañana amanecerá. El sol le hace caso. Después de todo ¿por qué no lo haría?
¿Cómo es esto de esperar a alguien? Es tener la esperanza, compromiso, es
sentirse amado, y todo porque alguien me necesita. Así de simple. Es casi
imposible tener algo mejor, sentir la necesidad del encuentro y saber que va a
suceder.
Mi pequeña niña, de piel morena, ojos de azabache y
rasgos armoniosos, es un regalo inesperado de la belleza y el poder de Dios.
Una sorpresa fresca y risueña de vitalidad, que amplía mi ya largamente colmada
capacidad de asombro.
Tenía tres años, cuando una mañana me dijo, en tono
serio e inusualmente formal:
-
“Yeyo, tengo que
hablarte”,
así me nombró cuando apenas balbuceaba y suena a narcotraficante, pero el caso
es que así me llamo ahora.
-
“Bueno, te escucho” y trato de acomodarme a
lo que sea para salir airoso del paso.
-
“No aquí, vamos a la
sala”.
Caramba, esto se pone cada vez más serio. Me hace sentar en un sillón, me mira
directamente a los ojos y se acomoda en un sofá, del que le cuelgan las piernas
porque no alcanza la alfombra. Luego
mira abajo y mece una de sus extremidades. Su lenguaje postural y gestual
indica que trata de elegir cuidadosamente las palabras. Eso me pone más alerta,
porque no tengo la menor idea de lo que quiere decirme.
-
“Yeyo, vos sos viejo”? Se asusta ante la
enormidad del hecho y agrega:
-
“Un chiqui viejito”, inclina la cabeza con
gracia, ensaya una leve sonrisa y mide con los dedos una nimiedad de tiempo.
-
“Sí, soy viejo”, le afirmo –aunque no lo
creo del todo- y espero la andanada.
-
“Y te vas a morir”, me dice cautelosa,
escudriñando mi rostro, con una mezcla de dolor y perspicacia.
-
“Sí, algún día voy a
morir. Pero no ahora”. Pretendo darle seguridad y pateo el tiempo hacia adelante.
-
“Y me vas cuidar siempre, hasta cuando yo sea grande”, me dice con
un dejo de esperanza y algo de resignación.
-
“Sí, te voy a cuidar
siempre”,
incluso después de muerto pienso, pero no lo digo.
-
“Bueno, entonces cuando
sea grande ya te podés morir”. Estoy autorizado. Su voz revela que la duda se
fue. Está segura, cuando sea grande se cuidará sola. Hasta entonces, su abuelo
lo hará también.
Mientras tanto, es bueno saber que alguien nos dice
todas las tardecitas: ¡Nos vemos mañana!
¡sin falta! Aún cuando una de esas mañanas no llegará para mí, aún así ¡estaré sin falta!
As. 04/04/11