lunes, 11 de marzo de 2013

Nos vemos mañana... !sin falta!


¡Nos vemos mañana! ¡Sin falta!

Escucho una y otra vez la vocecita encantada de mi nieta, mientras  me abraza y besa entre frase y frase. Soy un ser solitario, taciturno  a veces … esto me hace muy feliz. No es usual tener a alguien que asegure querer verte mañana … sin falta. Y lo dice de verdad, da por cierto que mañana amanecerá. El sol le hace caso. Después de todo ¿por qué no lo haría?

¿Cómo es esto de esperar a alguien?  Es tener la esperanza, compromiso, es sentirse amado, y todo porque alguien me necesita. Así de simple. Es casi imposible tener algo mejor, sentir la necesidad del encuentro y saber que va a suceder.

Mi pequeña niña, de piel morena, ojos de azabache y rasgos armoniosos, es un regalo inesperado de la belleza y el poder de Dios. Una sorpresa fresca y risueña de vitalidad, que amplía mi ya largamente colmada capacidad de asombro.

Tenía tres años, cuando una mañana me dijo, en tono serio e inusualmente formal:
-         “Yeyo, tengo que hablarte”, así me nombró cuando apenas balbuceaba y suena a narcotraficante, pero el caso es que así me llamo ahora.
-         “Bueno, te escucho” y trato de acomodarme a lo que sea para salir airoso del paso.
-         “No aquí, vamos a la sala”. Caramba, esto se pone cada vez más serio. Me hace sentar en un sillón, me mira directamente a los ojos y se acomoda en un sofá, del que le cuelgan las piernas porque no alcanza  la alfombra. Luego mira abajo y mece una de sus extremidades. Su lenguaje postural y gestual indica que trata de elegir cuidadosamente las palabras. Eso me pone más alerta, porque no tengo la menor idea de lo que quiere decirme.  
-         “Yeyo, vos sos viejo”? Se asusta ante la enormidad del hecho y agrega:
-         “Un chiqui viejito”, inclina la cabeza con gracia, ensaya una leve sonrisa y mide con los dedos una nimiedad de tiempo.
-         “Sí, soy viejo”, le afirmo –aunque no lo creo del todo- y espero la andanada.
-         “Y te vas a morir”, me dice cautelosa, escudriñando mi rostro, con una mezcla de dolor y perspicacia.
-         “Sí, algún día voy a morir. Pero no ahora”. Pretendo darle seguridad y pateo el tiempo hacia adelante.
-          “Y me vas cuidar siempre, hasta cuando yo sea grande”, me dice con un dejo de esperanza y algo de resignación.
-         “Sí, te voy a cuidar siempre”, incluso después de muerto pienso, pero no lo digo.
-         “Bueno, entonces cuando sea grande ya te podés morir”. Estoy autorizado. Su voz revela que la duda se fue. Está segura, cuando sea grande se cuidará sola. Hasta entonces, su abuelo lo hará también.

Mientras tanto, es bueno saber que alguien nos dice todas las tardecitas: ¡Nos vemos mañana! ¡sin falta! Aún cuando una de esas mañanas no llegará para mí, aún así ¡estaré sin falta!

As. 04/04/11